miércoles, noviembre 15, 2006

Al tenerla en mis manos quise llorar.
Cubierta áspera que se tornará en una dura coraza, era en ese momento suavidad total.
¿En qué te identificas con ella? En que soy nueva... en que hemos tenido que luchar por acreditar el derecho a estar aquí, tengo mi lugar en el mundo y soy parte del todo. La miro y revolotea en mi mano, ciega y confiada... ¡Suave caparazón déjame sentirte!
Acerco mi cara, la miro de frente y la toco con mi nariz, con los ojos cerrados y lacrimosos: bienvenida, mucha suerte.
¿En qué te pareces a ella? En que no puedo ver, voy a tientas con el resto de mis sentidos bien alerta. En que sólo el instinto me guía y confío en él, hago caso omiso del resto. Sé que es hacia allá a dónde tengo que ir, lo traigo programado...
A duras penas puedo creer mi buena estrella: soy yo quién te detiene, te sostiene y te honra desde un postura de humildad.
¿En qué te pareces a ella? Suave, frágil, expuesta. Nací con ese caparazón flexible y pienso: si a ella le toma alrededor de 15 años endurecerlo por completo, por qué he yo de permitir que el mío se endurezca sin sentido... Ella lo necesita así, firme por lo blando del interior y en eso me parezco a ella, caramelo de cianuro, delicioso helado con cubierta de piedras, y ¿no somos todos así?
Resurrexión, eso es. Todos los días me regalan la oportunidad de reinventarme, de redescubrirme, de morir y renacer. Todos los días soy esa pequeña tortuga y ciertamente hay algo más grande que me contiene amorosamente, que me recibe en su mano abierta y me besa la nariz: eres parte del todo, bienvenida y suerte.

No hay comentarios.: